Hay veces a la que uno, sinceramente, no sabe a lo que atenerse. Los huevos eran malos, luego buenos, luego malos, lo mismo con el aceite, ¿y el vino? A uno de pequeño le enseñan una cosa y años más tarde sale un estudio y tira por la borda todas las teorías. Y aquí viene uno de esos, atentos.
Según parece, las esponjas son potenciales nidos de bacterias (he de confesar que mi abuela ya lo decía) la forma de estos objetos favorece la proliferación de bacterias. Da igual que el material del que estén hechas, plástico o material orgánico, los huecos que presentan son el escondite perfecto, unidas a la humedad en la que se suelen encontrar, las convierte en un pozo de gérmenes.
Pero que no cunda el pánico, la profesora Esther Angert, del departamento de microbiología asegura que el proceso de acumular bacterias va unido al uso y longevidad de la esponja. Algunos de los consejos para evitar esto son, mantener limpia la esponja, desinfectarla de vez en cuando y sobre todo cambiarla cuando ya tiene signos evidentes de uso.