Estoy hecho un filósofo. Y es que, dede que cambié mi bañera por un plato de ducha, me ducho sentado, como un señor. Que si un poquito de gel por aquí, que agua calentita por allá… Y como ahora ducharme es un auténtico placer, pero de los de verdad, sentado en mi ducha me siento como un gurú, como el chamán de la tribu.
Y así es, aquí sentado enjabonándome me van haciendo visitas los miembros de la familia, en busca de consejo. Que si «¿me queda bien esto, abuelo?», que si «abuelo, ¿qué ponemos hoy de cena?»… Y es que no sabéis la de reflexiones que me inspira esta ducha.
Por ejemplo, ¿cómo es posible que en un sólo día quiten la bañera, se la lleven sin dejar rastro, acondicionen toda la instalación de fontanería y coloquen la ducha nueva? ¡Oye, y sin levantar polvo, sin desordenar! No hay que decirles ni «esta boca es mía», te lo dejan todo como una patena de limpio.
Así que he pensado que hasta que no dé con ello, yo de aquí no me levanto.