En verano, la piel es el órgano de nuestro cuerpo más expuesto a la intemperie. El sol, el aire, la sal, el agua… pueden ser beneficiosos o perjudiciales según cómo se tomen.
El cloro de las piscinas suele alterar bastante el pH natural de la piel, por lo que es recomendable siempre tomar una ducha antes y después del baño. En el mar, por otra parte, el agua contiene sal y otros minerales beneficiosos para la epidermis. Sin embargo, los pequeños cristalitos de sal, una vez seca la piel, pueden «rayar» la superficie de la misma.
Una ducha después de una jornada de sol y playa es uno de los sencillos placeres del verano, y contribuye a mantener nuestra piel hidratada y elástica, además de relajarnos y dejarnos como nuevos. ¡Todos a la ducha!