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Si no lo han hecho aún, no pierdan la ocasión, si la crisis los deja, de darse un respiro en un SPA, de ésos que están tan a la moda. Y no lo digo tanto por los beneficios que, dicen, proporciona al cuerpo y al alma del que se pega un par de horas en los baños, sino por lo mucho que puede usted reírse a poco que se ubique en un lugar cómodo y atento al discurrir del personal por las instalaciones del SPA. Lo recomendable es desparramarse lánguidamente sobre una tumbona, enfundado en el albornoz blanco con la dignidad que permite enfundarse una prenda de talla única. En mi caso, dada mi estatura, parece un traje de novia de felpa, aunque más trágico resulta ver al de barriguita cervecera con el nudo hecho sobre el ombligo ante la incapacidad del albornoz de cubrirle por completo. En esos casos, es más recomendable llevarlo suelto, como si fuera un aristócrata francés paseando por una playa de Niza. Bueno, una vez en la tumbona, esté atento al diálogo de las parejas. Al salir de la sala de relajación en caliente, redonda, con camas de agua y pintada de rojo semejante al útero materno, siempre hay alguna que le recrimina a alguno aquello de ¡tenías que ponerte a roncar!, a lo que él invariablemente responde mujer, estaba tan relajado que me quedé dormido! Es fácil detectar a los que van por primera vez. Por dos razones: porque cuando salen del jacuzzi de agua caliente de mar salada con efectos tonificantes y se meten en el área de lluvia del trópico salen resoplando al percatarse que el agua está más fría que las patas de un muerto. A algunas, incluso, las he visto tan erizadas que parece que les han hecho la piel de gotelé. Y en segundo lugar, porque después de la sauna sueca la supervisora del recorrido los tiene que obligar a meterse en la cueva de hielo prácticamente a empujones. En general, eso de alternar el frío y el calor se lo pasa el personal mayormente por la entrepierna y se dedica sólo a utilizar las zonas calentitas del SPA, las saunas, los chorros de masaje y poco más. Ahora, sin embargo, hay una novedad: del baño turco, entre la espesa niebla que provoca el vapor de agua, puede verse a Isaac Valencia, huyendo despavorido del moro. Otomano sí, pero moro al fin y al cabo.