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Nuestro organismo dispone de una serie de mecanismos que le permiten mantener su contenido de agua. El balance hídrico viene determinado por el equilibrio entre la ingesta de dicha sustancia y su eliminación. Cuando la persona sana, es el propio cuerpo el que pide agua a través de la sensación de sed. Su aporte principal proviene de la ingesta de líquidos, del agua de los alimentos sólidos y de las pequeñas cantidades de la misma que se producen en los procesos metabólicos que se dan en el organismo al sintetizar las proteínas, las grasas y los hidratos de carbono. El agua que obtenemos de los alimentos nuca debe sustituir su ingesta directa, ya que tal consumo debe ser independiente. En general, un adulto debe beber entre 1,5 y 2 litros de agua (entre 6 y 8 vasos) aunque esta ingesta depende también del clima, del grado de humedad ambiental, de la actividad física que desarrolle el individuo y de determinadas situaciones fisiológicas, como el embarazo, la lactancia o alguna enfermedad. Las necesidades de agua también variaran dependiendo de la dieta que lleve la persona y de su edad. Esta ingesta debe encontrar su equilibrio con la eliminación de los líquidos que no son necesarios. Las pérdidas de esta sustancia se producen a través de la orina, las heces, la sudoración y la propia respiración. El riñón es el principal órgano regulador de la perdida de agua y su buen funcionamiento asegurara el buen balance hídrico. Tanto la pérdida excesiva de agua como el exceso de líquido en el organismo provocaran alteraciones que afectaran el buen estado de salud.