Una web proporciona libros impresos en papel higiénico.

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Sostuvo siempre Umbral que Madrid es un género literario, y la ciudad, su ciudad, en un pacto de fidelidad, insiste vivamente en darle la razón. En las lindes de ese género, apenas abocetadas -como en la propia obra umbraliana-, asoma ahora Raúl Camarero y su insólita empresa editora de libros en papel higiénico.

Reivindicación del placer de leer más que ready made, proclama ecologista, asalto al negocio de la publicación o simpática boutade, que también, el proyecto va consolidándose desde su portal en Internet y confirma que aquí, en la capital, hablando de letras, hay sitio para todo. Incluso para una iniciativa que se sirve del eslogan Bienaventurados los que sufran de vientre, porque serán sabios.

«Hemingway decía que clásico es aquel libro que todo el mundo respeta y nadie lee. Llevando los libros al váter se acerca la literatura al hombre. Además, proponemos un conflicto interesante: el que supone limpiarse el culo con una obra bella u otra de índole moral».

La génesis de una iniciativa que parece reciclar aquello de el medio es el mensaje se encuentra en un guión titulado Emprendedores. En él, el mismo Camarero, su socio Francisco de Ferrero y el resto de la compañía de teatro que dirigen idean oficios descabellados que al final, como se ha visto, no lo son tanto. «Reflejaba mi experiencia en la empresa de construcción de piscinas en la que trabajo para mi familia. Como era muy aburrido, buscamos un producto alternativo. Estuvimos mucho tiempo ideando la forma de imprimir en papel higiénico, hasta que lo logramos. Luego la obra ganó un premio en Sevilla, empezó a moverse un poco y dijimos: ‘¿Por qué no vender esos ejemplares?'».

3,70 euros por cada ‘rollo’
Nació así el sello, que sólo opera on line. Vende cada pieza a 3,70 euros. «Buscamos títulos por los que no haya que desembolsar derechos de autor y sean obras clásicas de reconocida belleza. Aunque también dejamos abierta la puerta a escritores noveles… La Biblia la elegimos porque está formada por pequeños libros: El cantar de los cantares cabe en un libro, el Apocalipsis… Bueno, el Apocalipsis necesita dos rollos…».

Ya: ¿y qué pasa con el Corán? «Quisimos publicarlo, pero tuvimos miedo. Gente que trabaja con nosotros amagó con desvincularse del proyecto en caso de que se hiciera. Ese acto simbólico podría suscitar odios». Camarero y su gente, por el contrario, han abordado la Torá, el libro tibetano de los muertos y magnos epígrafes como Las rimas y leyendas de Bécquer, las fábulas de Iriarte y Samaniego, pequeños cuentos de Monterroso, Borges…

«Yo, ahora mismo, estoy con El Romancero gitano, y antes acabé la 1ª Carta a los corintios (sic)», predica con el ejemplo. «A ver, es cierto que a veces uno no dispone de tiempo y tiene la tentación de usarlo y no leerlo, pero ya que ese material se va a desperdiciar para siempre…», defiende un método infalible de fomentar el consumo de letras.

A su juicio, el cuarto de baño es una biblioteca oculta. La oferta no ha de reducirse a la etiqueta del champú, las revistas o el periódico. «Es un lugar de intimidad en el que nos da por leer. ¿Por qué nadie podría atreverse con un poema?».

Complicada factura del rollo-libro
Bastante más complicado que echarle mano a un triste bote se antoja la facturación del libro- rollo. «En imprenta no se puede hacer, porque nos obliga a repetir un texto constantemente y el papel de celulosa debe ser más gordo que el higiénico. Nos han ayudado bastante los técnicos de Oki a modificar unas impresoras con las que poder trabajar». El proceso es ágil: seis carretes de celulosa están listos en apenas cinco minutos.

«Utilizamos letras grandes, con un espaciado considerable, para que mientras dure la estancia en el inodoro el lector avance. Además, usamos el mejor papel del mercado. ¿Perfumado? No, aunque me acabas de dar una idea… Para la poesía sí empleamos un tono anaranjado; para la Biblia, otro de color blanco…».

La editorial, que incluso trabaja por encargo, no comparte las perspectivas nada halagüeñas del sector. «Nosotros no pensábamos crear un negocio con esto. Cada uno de nosotros tiene ocupaciones, no se puede dedicar de lleno». Por lo pronto, han llamado la atención de gente del mundo de la Cultura, frikis y hasta Buenafuente, que en su programa incidió en la vertiente escatológica del asunto.

Y Camarero insiste: «Vivimos en un mundo muy rápido. Las cosas grandes de la vida son inmanentes. El recuerdo de un beso o de una caricia pervive. La literatura sirve también para entretener un ratito, y no sólo estar en la estantería…».