En tiempos de crisis, la norma obliga a cambiar negocio por creatividad. Y la moda sabe mucho de eso. Christian Dior, por ejemplo, se sacó de la manga lo del ‘New Look’ en plena postguerra; movimientos sociales vinculados al vestuario (el ‘grunge’ a finales de los 80 sirve) siempre han ido ligados a escasez de oportunidades, al hastío. Tres jornadas de pasarela con organización depurada, recursos suficientes y ganas de hacerlo bien deberían ser excusa perfecta para alegrar, al menos, la vuelta de vacaciones, que también juega a la depresión.
Para empezar, Dolores Cortés levantó ánimos y justificó con estrategia todo el primer párrafo: Estrenó colección masculina. Nueva apuesta de negocio y más excusa creativa, lo que toda moda debería ser. Formalmente, se mostró mucho más comedida con el color (fuerte pero no brillante) y apostó por modelos casi deportivos (bañadores de cuerpo entero, complementos de uso múltiple). Para hombre, líneas similares pero en minúsculo, difícil de llevar. Y tomó partido en el debate sobre el bronceado: Las modelos sudaron, literalmente, tan líquido sobre la pasarela. Presumió, además, de la primera presencia ‘top’ del certamen, con Jon Kortajarena abriendo y cerrando.
Ya por la tarde, Hoet y José Zambrano compartieron hora pero no referentes. El primer pase tiró de Asia, jardines llegados de Hong Kong. Pero traducido sobre la pasarela poco oriente; la colección recordó a la reciente revisión del ‘trench’ de Davidelfín aunque todo muy bien estructurado. Y los colores, de nuevo, suaves.
Zambrano fue más cotidiano. Tanto, que volvió a tirar de su concepción de hombre moderno, de amo de casa, como hace seis meses con su colección ganadora de Zona D. Pero igual no quiere decir malo. Presentó algunas novedades interesantes, con gusto. Una chaqueta corta que parecía de Kriss Van Asche y unas mochilas-casa originales.
Miquel Suay abrió el horario noble de la jornada con una apuesta conceptual. De estudio, casi. Como para hacer una tesis. Nada menos que Peggy Guggemheim como figura inspiradora. Expresionismo abstracto, Pollock, Rothko; palabras mayores para combinar con la aguja. La colección se alejó de la ceremonia habitual y jugó con los colores (combinaciones muy ochenteras), los vaqueros de color muy estrechos y el efecto pincelada. Hasta en la piel. Recordó mucho a la ropa de Armand Basi, con cuadros pintados sobre el tejido. Pero marcó diferencia con su apuesta por los complementos, a veces tirando al exceso (brillos), otras sorprendiendo, como unas pequeñas pulseras de colores.
Para acabar, Porfin! y Álex Vidal articularon discursos mediterráneos, con Italia y Francia como destinos. El primero más comedido que de costumbre, hasta sobrio, con un discurso largo y coherente. Vidal, que cuenta necesitó de varios viajes para encontrar inspiración, salió sorprendentemente complejo y con materiales a años luz de los de resto aunque manteniendo ese gusto por el traje casi a medida, de complejo trasvase al prêt-à-pòrter.
La V Semana de la Moda comienza, de momento, con uve de voluntad. Falta un triunfo que nunca debería ser tan barato como conseguir un programa en la televisión autonómica. Que sea una V, pero de victoria; para colocar todo ese trabajo donde merece. Para encontrar creación contra la crisis y acallar el pero de siempre. Que suele ser, vaya, la falta de moda.