Más de 400 personas usan a diario las duchas municipales de Madrid. Por 20 céntimos, 15 minutos de agua caliente.
Radu Costantin se afeita con cuidado mientras su hijo le mira con la boca abierta. Lleva dos meses en España y no tiene un hogar para ducharse. Todas las semanas este rumano de 36 años va con sus dos pequeños a la casa municipal de baños de Bravo Murillo para asearse. Por 15 céntimos, 20 minutos de agua caliente. Él pone las toallas y el gel.
Como Radu, 400 personas usan al día las tres casas de baños de Madrid. Este servicio del que sus usuarios (inmigrantes, indigentes, viajeros o ancianos sin baño en sus casas o que lo comparten con demasiada gente) están encantados.
LIMPIO PERO SIN ASEO
En la esquina de Bravo Murillo con Juan Pantoja están los de Bravo Murillo. Una entrada gris da paso a la sala de baños desierta: una hilera de duchas con puertas rojas, azulejos blancos y techo negro recuerda al vestuario de una piscina antigua. Cada ducha tiene un vestuario y un espejo. La asignada, la 6, está impecable aunque el plato se tambalea. No está sellado y el desagüe, sin rejilla, impone respeto. «Perdone, tengo que hacer pis». «Lo siento pero no tenemos aseo», espeta la funcionaria. Según los datos municipales, 180 personas se lavan allí cada día, según la encargada, la mayoría hombres.
Escondida en un rincón de la plaza de la Cebada, junto al polideportivo, está la de Latina. Son los baños más antiguos y los favoritos de los usuarios: «Son mejor que los nuevos de Embajadores. Allí el botón del grifo salta cada 26 segundos. Aquí abres y ¡a disfrutar!», explica Bruce, de 40 años, profesor de inglés que vive en una furgoneta en Alcorcón.
OSCUROS Y HÚMEDOS
Una puerta negra da paso a una escalera oscuras. Las paredes y techos están desconchados por la humedad. Dos sin techo echan la mañana en un escalón entre risas. Desean suerte. El mensaje se entiende al pasar a la sala. Un pasillo sombrío da acceso a 30 duchas. El suelo está limpio. Mejor no mirar al techo, repleto de filtraciones de la piscina cercana. Huele a jabón y a desinfectante. Una anciana, recién duchada se coloca coqueta una red en el pelo. Mariana, rumana de 19 años, asegura: «Da igual que las instalaciones sean viejas para mí es perfecto. Está caliente. ¡Un lujo!».
Una mujer irrumpe encadenando frases sin sentido: «¿Soy hombre o mujer? ¿Por dónde se pone el sol? Si quiero me ducho, si no, me voy». Los encargados cuentan que es habitual que haya enfermos mentales: «Los conoces y controlas. Lo peor era años atrás, con la banda del pegamento que se juntaba aquí. Ahora esto es la gloria», recuerda uno.
Otro de los alicientes para estos baños, según los habituales, son los encargados. «Son buena gente, te tratan con educación y te ayudan», asegura Ahmed, saharaui de 37 años.
K. usaba los baños el año pasado cuando vivía en la calle. Hoy tiene trabajo y una habitación con baño. Sólo está de visita: «Vengo para agradecerles que salí de la calle con su ayuda y por estar limpio».