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La historia humana está marcada por la necesidad del dominio del
agua, el saber administrarla ha sido la clave para la supervivencia de
las civilizaciones. Hoy en día la relación entre el agua, la higiene y la
salud es algo que se da por descontado, pero la realidad es que
millones de personas carecen aún de este derecho humano
fundamental, el acceso al agua limpia y en cantidades adecuadas
es para ellos una lucha diaria.
Durante el último siglo, la población mundial se ha triplicado, mientras
que el consumo de agua se ha sextuplicado. Estos cambios han traído
consigo un alto coste medioambiental: el 20% del agua dulce del
mundo está en peligro, la mitad de los humedales han desaparecido
durante el siglo XX, algunos ríos ya no llegan al mar, y los efectos sobre
la calidad del agua dulce y salada pueden llegar a ser críticos.
Las tendencias globales no son optimistas, y muestran que las
dificultades medioambientales, sociales, y económicas van en aumento
como resultado de las muchas presiones que se ejercen sobre los
recursos hídricos. Mientras la agricultura utiliza más agua cada año
para satisfacer la demanda de alimentos, otros usuarios también
compiten por el mismo agua: más población supone mayor necesidad
de energía, y ello a su vez de hidroelectricidad. La industrialización,
sobre todo en el mundo Occidental, ha tenido serios efectos sobre
la calidad del agua; actualmente, los mercados globales trasladan
con frecuencia las industrias más contaminantes a los países en
desarrollo, cerca de ciudades donde el crecimiento demográfico y
los asentamientos incontrolados ya ejercen de por sí una fuerte presión
sobre los recursos hídricos.