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Desde el accidente, hace ya siete años, no me había sentido tan vulnerable. Siete años dan para asumir tu condición de minusválido e incluso para atreverte a bromear alguna vez sobre ello. Cuando sucedió la desgracia yo sólo tenía veinticuatro, y todo el mundo se volcó conmigo; gracias a los cuidados de mi familia hoy puedo contarlo.

Mi madre me ha ayudado en la ducha desde entonces; ¡entrar en la bañera era un show! Pero ahora es diferente. Dentro de un mes me casaré con María, y no quiero que ella tenga que cargar con mis necesidades. Será orgullo o yo no sé, pero hay cosas que un hombre debe hacer solo. Y una de ellas es ducharse.

En nuestra casa nueva he pedido que me cambien la bañera por un plato de ducha. Con asideros para apoyarme y hasta un taburete dentro. Son la caña: llegaron por la mañana y cuando se marcharon por la tarde, ya tenía mi ducha instalada. Y el baño limpio, como nuevo. Dentro de un mes estrenaré nueva vida. ¡Y ducha nueva!