Siempre pasa lo mismo. Te metes en la ducha, te pones bajo el agua canturreando sin saber lo que te espera, y justo cuando estás bien embardunada en jabón y con los ojos cerrados para que no te entre el champú en los ojos, ¡suena el teléfono!
Piensas en dejarlo sonar, pero el ring ring te llama insistentemente, así que, presa de los nervios, tratas de salir a toda prisa y a ciegas, sorteando la altura de la bañera como en una carrera de obstáculos. Si no calculas bien, te rompes los dientes contra el suelo, así que el salto de bañera podría ser considerado un deporte de riesgo.
Yo me retiro. He llamado a una empresa para cambiar mi bañera por un plato de ducha a ras de suelo, en el que puedo entrar y salir arrastrando los pies si me viene en gana. Me lo instalan en un solo día y se llevan la antigua bañera, sin lío de obras. A partir de ahora, el único salto que practicaré será el del tigre…