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La hidroterapia, entendida como método sanador basado en las propiedades curativas del agua, se basa en dos hechos fundamentales: la vida aparece primigeniamente en el mar (por lo que se convierte en el “medio primitivo”) y el cuerpo humano está formado en un 66 por ciento por elementos líquidos.

El ser humano segrega cada día por medio de las glándulas sudoríparas unos 50 mililitros de desperdicios nitrogenosos. Una de las virtudes de la hidroterapia consiste en aumentar la eficacia de dichas glándulas. Pero quizá la principal terapéutica del agua es su adaptabilidad de uso: puede utilizarse a chorro, en baño, con atomizadores y a diversas temperaturas.

La hidroterapia de divide en dos grandes grupos: interna y externa. En la hidroterapia externa, generalmente, se distinguen tres tipos fundamentales: los baños fríos, los calientes y los que alternan agua fría y caliente.

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El principal efecto del agua fría es tonificar y revigorizar. En principio, provoca palidez y frío en la piel, pero a medida que se prolonga su aplicación, al dilatarse las pequeñas arterias epiteliales, se produce un leve color sonrosado.

Debe evitarse en personas con problemas cardíacos o tensión nerviosa. De todos modos, el cuerpo siempre necesita un período de adaptación lo que permite tolerar sin problema el agua fría. Se recomienda comenzar con una esponja para luego pasar directamente a la ducha fría.

Los baños de aguas calientes son más apropiados para mejorar la actividad excretora de la piel. El agua caliente consigue, dilatando las arterias, un efecto de congestión sanguínea que favorece la transpiración.

En este tipo de baños es muy conveniente añadir preparaciones de hierbas dado que, al estar abiertos los poros de la piel, absorben más fácilmente estos preparados como, por ejemplo, la valeriana, manzanilla o cola de caballo.

Los baños que alternan agua fría con caliente se basan en la ley de la acción y la reacción; su principal efecto es estimular la circulación de la sangre y reducir las inflamaciones. Suelen aplicarse sumergiendo la parte afectada dos o tres minutos en agua caliente, para después sumergirla medio minuto en agua fría; este proceso se repite varias veces y se termina siempre aplicando agua fría.