La realidad es tozuda. España se encamina hacia su cuarto año de sequía meteorológica, con lo que la piel de toro se cuartea cada día más. Las precipitaciones de otoño e invierno han sido más bajas de lo normal, en torno a los 150 litros por metro cuadrado menos, lo que viene a ser un 40% de reducción
Las previsiones de la Agencia Estatal de Meteorología (AEM) hasta el final del ciclo hidrológico 2007-2008 aunque indican sólo tendencias, apuntan a meses cálidos y menos húmedos de lo deseable durante la primavera, y un verano seco como lo son todos. Con ello se cerrará el periodo más prolongado de sequía en esta primera década del siglo XXI, que arrancó en el otoño de 2004 con el menor régimen de precipitaciones desde hace 60 años.
La pregunta del millón es si el cambio climático está afectando ya a nuestra geografía en el régimen pluviométrico. Pero ningún experto responde con precisión. «Si acaso se puede decir que lo que está ocurriendo coincide con las tendencias del IPCC, que prevé para la región Mediterránea un descenso de las precipitaciones», afirma Ángel Rivera, portavoz de la AEM.
Para Rivera, lo que está ocurriendo tiene una explicación meteorológica: las borrascas atlánticas que traen las lluvias a la Península tienden a desviarse hacia el polo antes de llegar, a causa de una mayor oscilación norte-sur en la atmósfera en nuestro hemisferio. «Esta es la causa de nuestra sequía y eso mismo contribuye a la fusión del hielo en el Ártico», señala.
«Es excesivo atribuir al cambio climático el actual periodo de años secos», señala el climatólogo de la AEM, Antonio Mestre. Sin embargo, reconoce que «coincide» con las previsiones de IPCC y que la actual sequía es más prolongada de lo normal. Con cuatro años de déficit hídrico se resienten más y más las reservas de los embalses, y por supuesto, los ecosistemas.
«Los ciclos de sequía normales en la climatología mediterránea tenderán a agravarse, tanto en intensidad como en frecuencia», asegura Pedro Arrojo, del Departamento de Análisis Económicos de la Universidad de Zaragoza.
«Existe incertidumbre sobre el régimen pluviométrico del futuro; pero no hay duda de que el calentamiento llevará al alza la evapotranspiración de los cultivos y la flora silvestre. Con seguridad descenderá la escorrentía», añade. Y con ella el agua de los embalses.
«Con eso contamos. Por eso hay que gestionar el agua cada vez mejor, ahorrarla y reutilizarla. Y también desalar. Son las únicas medidas de adaptación al calentamiento. El mérito de nuestra sociedad es que ya se ha empezado a gestionar el agua anticipadamente», concluye Palop.