Comentaba hace algún tiempo la BBC que ‘no es raro ver a un sujeto que, teniendo que enfrentar la experiencia, muestre verdadero terror, grite, forcejee y trate de escapar; se sofoque y sufra palpitaciones’, según una descripción del siglo XVIII citada por el investigador Lawrence Wright. ¿Saben a qué tortura se enfrentaban estas personas? Pues a algo tan inofensivo como una ducha. Eso sí, de agua fría.
Y es que la ducha se hizo común porque en ese siglo la recetaban los médicos como una medicina. Quedaban atrás cosas del pasado como ésta: ‘La reina Isabel de Castilla estaba orgullosa de haberse bañado sólo dos veces en toda su vida; cuando la reina Isabel I de Inglaterra comenzó a utilizar la ducha instalada en 1598 en el castillo de Windsor, se comentaba, con recelo o curiosidad, que su majestad se bañaba una vez al mes ‘fuera que lo necesitara o no».
Hoy en día ya tenemos claro que no hay nada más sano que una ducha para purificar y renovar el ánimo.