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Génesis (I)

Siempre he nadado bien. Me gustaba acercarme a la playa por la tarde, cuando ya no quedaba nadie, y nadar mar adentro, justo hasta el límite infranqueable en que el mar se vuelve amenazante. La tarde en que me convertí en Aquática había unas nubes plomizas encima del océano, pero no me importó; creedme, si no habéis nadado en el mar mientras llueve, no habéis vivido nada. Pero aquella tarde se desató una tormenta de esas que caen a traición en décimas de segundo. Comencé a nadar dificultosamente hacia la orilla, pero mi cuerpo era como un muñeco que las olas jugaban a lanzarse, impidiéndome avanzar. En ese momento oí una especie de silbido, como de gato enfadado, e inmediatamente cayó un rayo a escasos metros de donde yo estaba. El fondo marino se iluminó con un resplandor verde radiactivo, alcanzándome. Sentí una increíble energía circulando por todo mi cuerpo, sacudiéndome. Con las fuerzas agotadas, me abandoné a la furia del mar. Lo último que vi antes de cerrar los ojos fue mi mano extendida. Era de agua. Aún no lo sabía, pero acababa de nacer Aquática.