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La ducha es un lujo mucho más allá de lo que uno alcanza a imaginar cada mañana, medio dormido, bajo el chorro de agua.

Lo más cerca que un rico y poderoso estuvo por largo tiempo de un buen duchazo fue un cubo de agua arrojado sobre su cabeza por un sirviente.

Durante una temporada de la historia, sin embargo -porque todo hay que decirlo- nadie extrañó terriblemente los placeres del baño. Pero el gusto que le tenían civilizaciones antiguas está bien documentado.

En una excavación de la antigua ciudad egipcia de Akhetatón (o Ajetatón), Tel-el-Amarna, los arqueólogos encontraron un cuenco con agujeros, en el que se cree los sirvientes vaciaban agua sobre la cabeza de su señor.

Los expertos concluyeron que la pieza, que data de 1350 AC, es una forma rudimentaria de ducha.

En Babilonia se desarrollaron los acueductos más antiguos de los que se tenga noticia. Estos surtían de agua limpia a los pobladores. O mejor dicho, a los pobladores con dinero, según señalan algunas fuentes.

Vasijas y pinturas sugieren que griegos se duchaban bajo surtidores salidos de las fuentes públicas, y los romanos eran grandes entusiastas del baño.

Aromas medievales

En la Edad Media, Occidente le perdió la fe al aseo personal. A los primeros cristianos les parecía vanidoso el gusto por el baño y trataban de evitarlo para ganar en santidad.

La reina Isabel de Castilla estaba orgullosa de haberse bañado sólo dos veces en toda su vida.

Cronología en un duchazo
1350 AC. Hayan un cuenco agujereado que parece antecedente de la ducha en una excavación de Akhenaten, en Tel-el-Amarna (Egipto).
Edad Media. Occidente abandona las costumbres de babilonios, griegos y romanos. Los cristianos lo encuentra poco piadoso.
1767. William Feetham recibe la primera patente por una ducha, en Inglaterra. Los médicos impulsan el «renacimiento» de la ducha tratamientos de «baño de lluvia».
1810. Se fabrica la ducha Regency. Se experimenta con estilos y diseños.
S. XX. La ducha se convierte en algo utilitario, pero retoma el camino abierto por sus ancestros, en términos de confort y lujo, a finales de siglo.

Europa tardaría en «descubrir» la relación entre las enfermedades y plagas que diezmaron el continente por siglos y la suciedad.

Cuando la reina Isabel I de Inglaterra comenzó a utilizar la ducha instalada en 1598 en el castillo de Windsor, se comentaba, con recelo o curiosidad, que su majestad se bañaba una vez al mes «fuera que lo necesitara o no».

Pasaría siglo y medio antes de que se otorgara una patente por la ducha, a William Feetham, en 1767. Las primeras, de bombeo manual, no gozaron de aceptación en forma inmediata.

A pesar de que permitían ahorrar cantidades considerables de agua, se las veía como un asunto «frívolo». La Municipalidad de Londres le negó al alcalde la autorización para instalar una con el argumento de que nadie nunca había querido tener uno en el pasado.

Bueno para la salud

De acuerdo con algunas fuentes, debemos a la ciencia médica el «renacimiento» de la ducha.

En el siglo XVIII los doctores comenzaron a recetarla como cura. La administración del remedio se hacía en el propio consultorio: el paciente pasaba a la sala de baño, y el galeno tiraba de la cadena para dejar caer agua fría sobre el enfermo.

La primera ducha era algo escalofriante.

«No es raro ver a un sujeto que, teniendo que enfrentar la experiencia del primer baño, muestre verdadero terror, grite, forcejee y trate de escapar; se sofoque y sufra palpitaciones», dice una descripción de la época, citado por el investigador Lawrence Wright.

Pero la conversión era rápida. «No es raro escucharlos decir, después de un momento, ‘ah, pero esto era todo'», añade el autor. La ducha había dejado su marca en la piel del hombre moderno.

Explosión tecnológica

Ducha
No es raro ver a un sujeto que, teniendo que enfrentar la experiencia del primer baño, muestre verdadero terror, grite, forcejee y trate de escapar; se sofoque y sufra palpitaciones», dice una descripción de la época, citado por el investigador Lawrence Wright

Innovaciones de todo tipo fueron introducidas durante el siglo XIX.

Uno de los primeros modelos fue la «ducha Regency», de 1810. Consistía en una especie de palangana con un desagüe y un tanque en la parte superior, conectado a la palangana por tubos pintados para parecer de bambú.

El aparato, que operaba manualmente, era práctico pero no muy higiénico: no recibía agua fresca, sino que reciclaba el agua que caía una y otra vez.

De todas maneras, con su más de tres metros de altura, hasta la gente de sociedad lo veía con recelo.

El baño de banqueta de Virginia incorporaba un banco giratorio para comodidad del usuario.

Las cortinas de baño son de la misma época, y tanto hombres como mujeres acostumbraban usar unos gorros de forma puntiaguda para proteger el cabello del agua.

A mediados de siglo aparecieron las duchas con agua fría y caliente y los fabricantes experimentaron con formas y tamaños.

Ya en el siglo XX, se impuso el modelo de una sola regadera y las duchas se convirtieron en algo casi puramente funcional. Esto hasta que hace algunos años los fabricantes han intentado volver a hacer de ellas toda una experiencia del placer y confort.