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El baño público en las ciudades islámicas ha sido siempre un alarde, un sinónimo de alta cultura y prestigio, además de un lugar de purificación. Sin duda que fuera visto con sospecha por los religiosos más rígidos: los hammam siempre han sido lugares de socialización, ocasiones para charlar, además de campos de encuentros clandestinos amorosos. Por otra parte, también en las novelas de “Las Mil y Una Noche” ir al hammam suponía un marco amoroso, puede que por los desnudos mostrados y por la nublada atmósfera, por la mente y el cuerpo…pensemos que en muchos Países Árabes ir al hammam significa “hacer el amor”.

Hoy el escenario del baño turco ha cambiado, llegando a ser internacional: el hammam se está difundiendo con grandes conformidades en todo el mundo, donde en varias ciudades han nacido lugares que hacen del vapor un momento de pausa y de relax. No se trata ciertamente de baños públicos, pero sí de lugares donde se va de todas formas para relajarse, para dejarse mimar por el calor y por los perfúmenes emanados y por los aceites esenciales.

El baño turco se caracteriza, a diferencia de la sauna, por el clima “cálido-húmedo: la temperatura en las habitaciones oscila entre los 45 a los 60 grados, temperatura muy elevada, que provoca una sudación intensa. Como resultado, la piel se purifica a fondo, sobre todo si durante el baño se aprovecha para hacer unos peeling exfoliantes con arcilla o almendras dulces, o si se hacen masajes con aceites perfumados.