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El sentido de la palabra vacaciones proviene del placer del vacuum, o sea el dolce far niente (el dulce no hacer nada). Pero, ¿cómo podemos disfrutar de ellas viviendo en una sociedad multitasking, donde el imperativo es ser productivos?
Durante la temporada estival nos inundan de publicidad sobre cómo programar el viaje redentor. De manera que, paradójicamente, las vacaciones que tendrían que reducir el nivel de estrés, regenerar y ayudarnos a experimentar una situación de bienestar, pueden revelarse como un auténtico boomerang.
Para sacar el máximo partido a las vacaciones, el primer paso es guardar el trabajo en un cajón. También es importante no idealizarlas, si no puede ocurrir aquello de «¿ésto es todo?». Las vacaciones no pueden recompensarnos de todas las fatigas, el estrés y las heridas psicológicas acumuladas en un año de trabajo. Las vacaciones han de servirnos para descansar y recargar pilas.
Cuánto más lejos vas de viaje más aumenta el cansancio, exponiendo el cuerpo y la mente al estrés del cambio: aturdimiento producido por el nuevo horario, cansancio físico y psíquico, ansiedad por el regreso a la vida habitual, etc. Todos estos factores pueden desencadenar la depresión vacacional. Los psicólogos de ISEP Clínic recomiendan que a la hora de elegir el cómo y el dónde de las vacaciones pensemos en qué nos puede proporcionar el máximo placer.
La principal característica de las vacaciones bien aprovechadas es el espacio para el descanso. Es por eso que las vacaciones superorganizadas, donde se conoce a mucha gente, se hacen muchas actividades, no se está nunca quieto, son arriesgadas. Las verdaderas vacaciones para nuestro cuerpo-psique son, contrariamente, holgazanear sin pensar en nada. El otium de nuestros antepasados romanos, un frenazo de la productividad.