Aunque el cambio de papeles puede resultar difícil de asumir, se puede hallar una satisfacción profunda en el acto de dar y cuidar a los seres queridos en la etapa en la que declinan sus vidas.
– La sociología de las familias ha cambiado radicalmente en las últimas décadas y si hace unos años los hijos cuidaban de los padres cuando se hacían mayores, con el ritmo laboral actual y la incorporación de la mujer al trabajo se ha invertido la situación y son ellos quienes se convierten en abuelos que cuidan de los nietos.
– Sin embargo, y a pesar de la prolongación de la esperanza de vida y de que cada vez se llega a la vejez en mejor estado físico y mental, hay un momento en que nuestros padres no se pueden valer por si mismos.
– A partir de entonces hay que plantearse un cambio en la forma de vivir, ya que sea cual sea la opción elegida (ingreso en una residencia, buscar un cuidador o dedicarse uno mismo a su cuidado), la responsabilidad a la que nos enfrentamos, los imprevistos que pueden ir surgiendo y las decisiones que habrá que tomar nos restarán energía y libertad.
– Además de las cuestiones prácticas se plantea una situación que pone en jaque nuestras emociones y sentimientos. Se trata de nuestros padres y el tipo de relación que hayamos mantenido con ellos a lo largo de la vida va a determinar el grado de implicación que adoptemos: aquellas familias en las que haya reinado la ayuda mutua estarán más preparados para afrontar ese momento que aquellas otras en las que las desavenencias hayan sido una constante.
– Una persona es dependiente cuando pierde de una manera significativa su autonomía funcional y sus habilidades, con el consecuente sentimiento de fragilidad. Es entonces cuando necesita la ayuda de otros para poderse valer en múltlipes acciones cotidianas.