Hablar de higiene personal es parecido a hablar de sabores, colores, o de sexo. Hay para todos los gustos. Los hay que consideran que quien no se ducha al menos una vez diaria es un cerdo, y los hay que consideran perfectamente higiénico reducir las duchas a dos o tres semanales. Los hay que se cepillan los dientes cada vez que ingieren algo y los hay quienes cambian de cepillo por cambiar de color, ya que nunca los desgastan.
Un conocido mio decía que las cafeteras no se debían fregar, que con aclararlas bastaba, porque eso añadía carácter al café. Hasta que un día, la grasa que naturalmente hay en una cocina y que se deposita en todos los rincones por los que no fregamos, impidió que la cafetera se cerrara bien. Tras fregotearla con unas nanas durante un par de horas, conseguimos hacernos un café. Y estaba igual de rico.
El límite en el que uno considera que ya es suficiente limpieza es un punto que puede variar de una persona a otra. Todos nos hemos cruzado con alguien cuyo límite está en un lugar muy diferente al que nosotros mismos nos imponemos. Lo interesante está en determinar las barreras lógicas y salubres. A veces la costumbre hace que sobrepasemos o no lleguemos a dichos límites socialmente aceptados y no pasa nada. Nadie nos llama cerdos. Hasta que se llega al síndrome de Diógenes.
En cualquier caso y bajo cualquier circunstancia hay que ducharse todos los días.
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