A mis 82 años, me siento tan llena de vida como cuando tenía 30. Mi hija dice que es esa cabezonería mía, esa manía de no aceptar que la edad me está ganando, lo que va a acabar conmigo. Hay que decir que mi hija es muy exagerada, pero esta vez voy a tener que darle la razón: ya no puedo entrar en la bañera para ducharme.
Mientras pueda, intentaré valerme por mí misma. Por eso decidí cambiar mi bañera, a la que ya no puedo acceder sin pedir ayuda, por un plato de ducha, más seguro y que ocupa menos en mi cuarto de baño. Vi el anuncio en el periódico, llamé y al poco tiempo vinieron a instalarme la ducha en una jornada de trabajo y sin líos de obras.
Eso que a mi hija le parece una tontería, a mí me hace sentir como si hubiera ganado esta batalla. Mi cuerpo me falla, sí, pero yo soy más lista…