Suena a broma, pero así es como acabé hace dos semanas. Prefiero tomármelo con humor, porque podría no haberlo contado. Vivo solo, tengo 38 años y trabajo en una consultora. Después de las jornadas interminables y todo el estrés, estoy deseando llegar a casa y darme una ducha.
El caso es que ese día había sido especialmente duro en el trabajo; entré en la bañera y dejé correr el agua hasta que estuvo bien caliente. No se veía nada con el vapor, y las baldosas -me dí cuenta cuando intenté sujetarme a algo al marearme- estaban totamente resbaladizas. El resto es historia: me resbalé y me golpeé en la mandíbula (llevo quince días alimentándome con una pajita) con el borde de la bañera.
No me volverá a pasar. Decidí cambiar la bañera por un plato de ducha antideslizante. Y, por si acaso, puse un par de barras para sujetarme. En sólo un día de trabajo me libré de la bañera y me dejaron la ducha instalada, sin jaleo de obras. ¡Ojalá mi recuperación fuera así de rápida!