Estas manos que aquí veis han cuidado a cinco hijos y a nueve nietos. Han planchado, cocinado, cambiado pañales y acariciado las cabezas de todos los miembros de la familia. Son las manos de mi abuela Teresa, que ahora tiene que apoyarse en un bastón para no caerse cuando camina.
Es una gran mujer, y conserva su orgullo. Por eso, cuando su debilidad se hizo tan patente que comenzó a ser un riesgo dejar que pasara mucho tiempo sola en el baño, mi abuela se puso muy triste. Se sentía un trasto viejo. Así que entre mis hermanos y yo -sus numerosos nietos-, decidimos regalarle un cuarto de baño nuevo.
Cambiamos su vieja bañera por un plato de ducha, antideslizante para que no tengamos miedo a que se resbale, y a ras del suelo, para que no se tropiece al intentar entrar. En un solo día y sin obras instalaron su nueva ducha. Mi abuela ya vuelve a ser la de siempre: se lo merece.