Hace apenas unas semanas, todo era tan distinto… El calor apretaba de lo lindo y obligaba a estar todo el día en remojo, en la piscina, en la playa, bajo la ducha. Echo de menos esa inmediatez de la ducha piscinera: la bañera no es lo mismo. Bañarse en la bañera, además de ir contra toda lógica medioambiental, es aburrido. No se pueden hacer largos, no se conoce gente como en la piscina.
Pero la ducha, eso es otro cantar. Voy a cambiar mi bañera por un plato de ducha sólo para poder deleitarme en ese momento. Abro mi mampara, doy un paso y ya estoy dentro, pisando firmemente ese plato de ducha antideslizante que me sostiene protectoramente. Regulo la temperatura y el caudal del agua en mi flamante columna de ducha, para que me dé justo ahí, en las cervicales…
Ducharse es un placer, y no pienso renunciar a él. ¡Mi ducha nueva la quiero hoy mismo!