Siempre se ha dicho que un baño de agua caliente es relajante. Sin embargo, con el tiempo se han visto los inconvenientes de esta poco ecológica costumbre: permanecer inmóvil en el agua caliente entorpece la circulación sanguínea y baja la tensión arterial, por lo que está desaconsejado para personas con problemas circulatorios como varices, etc., y en personas con la tensión baja.
La ducha, en cambio, es una herramienta más versátil que se adapta a nuestras necesidades. Las duchas de contraste -agua caliente y agua fría alternativamente- despejan la mente, tonifican la musculatura y ayudan a paliar el dolor de cabeza tensional provocado por el estrés.
Además, una ducha de agua caliente al final del día es la mejor forma de hacer desaparecer las tensiones. La musculatura se distiende y relaja, los vasos sanguíneos se abren permitiendo una mayor fluidez circulatoria. Y el placer provocado por la misma ducha favorece la secreción de endorfinas, la llamada «hormona de la felicidad», facilitando un sueño reparador.