Las dos últimas décadas del siglo XX nos dejaron como herencia el culto al cuerpo y la preocupación por la salud como una responsabilidad individual. Si la cocina se organiza con la asepsia de un laboratorio donde elaborar los menús más saludables, el cuarto de baño deja de ser aquella ingrata pieza a la que nuestros abuelos daban el nombre de “excusado” para devenir un santuario del bienestar. Por más que los muebles o sanitarios se disfracen de un estilo u otro, rindiendo homenaje a los tiempos que mejor casan con los ideales de sus propietarios, resultará imposible sustraerse a la seducción de los nuevos diseños, máxime cuando éstos ofrecen todo un repertorio de propuestas cuyas virtudes salutíferas nos elevan a cotas que rayan lo sublime.
Si el humilde plato de ducha y de la mano de SecuriBath adquiere cualidades de excelencia con materiales que permiten crear superficies extraplanas, antideslizantes o con protección bacteriostática, además de despedirse del blanco como color normativo, las bañeras se dotan de múltiples formas y colores y, con las minipiscinas, de ingenios ocultos que convierten el baño, más que en un placer esporádico, en una experiencia espiritual repetible a voluntad.