¡Por fin independiente!
Estaba harta de mi hija, de mi yerno y de mis nietos. Sé que no es propio que una dulce abuelita hable de este modo, pero, de alguna manera, los mayores también tenemos derecho a la rebelión. No hay nada que rejuvenezca más que una buena revolución.
Vivía con mi hija mayor desde que murió mi Paco -que en paz descanse, el pobre-. No quiero parecer una desagradecida, ellos fueron de gran ayuda cuando enviudé y toda la familia se volcó conmigo. Pero los exagerados cuidados de mi hija me han acabado asfixiando. ¡Hace cuatro años que no me dejan ducharme sola!
No soy una niña. Ni una inútil. Y quiero intimidad, hacer las cosas sin público y a mi manera. He vuelto a abrir mi piso, en el que vivía con mi marido. Y como tampoco soy idiota, soy consciente de mis limitaciones; así que he llamado a una empresa muy seria y he cambiado mi bañera por un plato de ducha. Han hecho la reforma (no puede decirse que sea ni una obra) en sólo un día de trabajo. Mi baño está precioso, tiene mucho más espacio… ¡y es sólo para mí! Estoy encantada.