«¿Puedo ir a tu casa a ducharme?» Pronunciada por Sharapova, la frase puede resultar del todo refrescante para una mente calenturienta. Pero no es el caso. Es mi amigo Mijail quien llama. La frase se propaga cada año por estas fechas coincidiendo con los cortes de agua caliente que duran tres semanas y afectan a todo ser humano viviente (y ‘duchante’) en Moscú. Los cortes van por barrios y afectarán progresivamente a toda la capital hasta el verano.
Hace tiempo que los cortes de agua caliente (consecuencia directa de la así llamada ‘profilaxis anual de tuberías’) ya no me pillan por sorpresa desnundo bajo la alcachofa, como una víctima ofrecida en sacrificio.
La primera vez sí: era estudiante en San Petersburgo, me metí en la ducha sin sospechar nada y mis gritos bajo la súbita ‘puñalada hitchcockiana’ del agua fría debieron escucharse al otro lado del Báltico. A partir de entonces tengo la precaución de leer los avisos que cuelgan en el portal y pruebo la temperatura del agua.
El mercado ruso ofrece unos calentadores eléctricos para sobrevivir estas tres semanas sin necesidad de visitar duchas ajenas ni de protagonizar un charlotesco ir y venir de ollas y cacillos de agua calentada al fuego desde la cocina al baño (sé de lo que hablo). Aun con la ayuda del calentador, el agua no sale todo lo caliente que uno desearía, sobre todo en un mayo tan frío y ventoso como el que llevamos (equivalente a un otoño ibérico).
Se mire por donde se mire, la ‘profilaxis anual de tuberías’ sigue siendo un jarro de agua fría. Aunque siempre hay quien la espera como agua de mayo, como un conocido que malvivía en la capital y aprovechaba el periodo de ‘sequía’ de agua caliente para visitar las duchas de los amigos. Una vez metido en harina, te pedía si le podías dejar pantalón, camisa y ropa interior, de tal forma que su armario siempre florecía en primavera.
Durante el resto del año, los cortes puntuales de electricidad o de agua por obras diversas son bastante frecuentes en Moscú. Una vez me cortaron sólo el agua fría (¿?) y tampoco era posible ducharse bajo el chorro abrasador.