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Según una encuesta realizada por el portal British Journal of Medicine, el mayor hito de la historia de la medicina es la higiene, entendida como la popularización del uso del agua limpia y de la eliminación de las aguas residuales. Sin embargo, y aunque cueste imaginarlo, se trata e un invento relativamente moderno.
Los antiguos, muy limpios. Los restos arqueológicos romanos atestiguan lo importante que era la limpieza y la higiene entre las clases altas de esta sociedad, que frecuentaban los baños públicos, disponían de letrinas y destinaban esclavos a limpiar su hogar. No menos pulros eran los árabes, cuya costumbre de lavarse a diario es una seña de identidad de su cultura y de la religión musulmana.

Un medievo gris. En la época de la Inquisición se acabaron con las costumbres higiénicas heredadas. “Las ciudades europeas apestaban y las crónicas han dejado testimonio del choque cultural que se produjo cuando los españoles llegamos a América porque los conquistadores no se lavaban y los indios sí”, apunta la catedrática de Sociología María Ángeles Durán.

Una corte “olorosa”. Entre los siglos XV y XVII, la alergia al agua continuó siendo la tónica habitual en todos los estamentos sociales europeos. Georges Vigarello, en su libro Lo limpio y lo sucio, cita anécdotas muy significativas de la situación en la corte del rey Luis XIV: “Las damas se bañaban como mucho dos veces al año y el rey sólo lo hacía por prescripción médica y con precaución, ya que tras sumergirse por la mañana se sentía el resto del día pesado y con un dolor de cabeza sordo que nunca había tenido”…

El triunfo de la higiene. La cosa no mejoró hasta el siglo XIX, aunque en 1837 genios de la talla de Balzac aún se permitían pasarse un mes sin asearse y pensaban que el agua podía debilitarles: “Tomaré un baño, no sin pavor, pues temo aflojar las fibras que están extremadamente tensas”, escribe. Por fin, a partir de 1950, “la palabra higiene empieza a utilizarse con soltura y se populariza la función depuradora del agua templada”, señala Vigarello, aunque no será hasta mediados del siglo XX cuando el agua corriente llegue a todos los hogares y se establezca un estándar más o menos universal de lo que es ser limpio: “Por primera vez en la historia el grado de limpieza conveniente se fija en un baño por persona/día y una colada por familia/semana”, señala Stephen Juan, antropólogo de la Universidad de Sydney.