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La salud es un grado de equilibrio entre las capacidades del cuerpo (y de la mente) y las necesidades del entorno. La mejor forma de cuidarnos es incorporar a nuestra vida normal hábitos que contribuyan a mantener este equilibrio.

Las duchas de contraste son una buena manera de empezar el día. Ya se, ya se, con el frío que hace, ¿quién es el valiente que le da al agua fría?. Pero no hace falta pasarlo mal. Veamos algunas ideas.
No se trata de pasarlo mal. La creencia de que la tolerancia al malestar contribuye a la salud es igual de falsa que “todo lo que escuece cura”. Podemos realizar una buena ducha de contraste sin rebasar el límite del desagrado.
Podemos comenzar con el agua tan caliente como queramos, para después ir aumentando poco a poco el agua fría.
Cuando estemos en el límite de la tolerancia al agua fría, intentamos esperar unos treinta segundos. El cuerpo se adaptará al cambio de temperatura, generando los mecanismos fisiológicos que nos interesan.
Siempre debemos terminar con agua caliente. Que salgamos de la ducha con “buen rollo” y no con la sensación de estar peor que cuando entramos.