Granada es espectacular. Capital de Andalucía, situada en la falda de Sierra Nevada, alza al mundo su Alhambra que, junto al Generalife y al barrio del Albaicín, son desde el año 1984 Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Pero esta provincia, cuna del poeta Federico García Lorca, tiene muchos otros encantos en una conjugación de mar y nieve.
Esta ciudad andaluza muestra el culto que, durante siglos, romanos y árabes tuvieron por el cuerpo y las exquisitas técnicas que desarrollaron para extraer los máximos beneficios del agua.
Los griegos y romanos crearon las termas, antecesoras de los baños árabes. Del paso de los romanos se han conservado restos en las localidades de Almuñécar, la Mala, en Illora y en Lecrín. Estas últimas denominadas Termas de Talará y declaradas Bien de Interés Cultural.
De los vestigios de estas obras, los árabes extrajeron el máximo provecho perfeccionándolas y realizando una importante red de acequias y aljibes. A través de la Acequia de Aynadamar se conducía el agua del Manantial de la Fuente Grande o »de las Lágrimas», en Atarfe, hasta los mismísimos Baños y Jardines de la Alhambra y El Generalife.
Para el Islam, el agua tiene un importante componente purificador, espiritual y religioso. El propio Corán impone la obligación del cuidado y limpieza del cuerpo e impone la práctica de las abluciones antes de la oración. El hammam, o baño árabe, es escenario en la cultura musulmana de los grandes eventos de la vida como son el nacimiento, la circuncisión y el matrimonio.
Casi todas las poblaciones andalusíes se caracterizaban por tener baños, algunos sumamente lujosos y otros humildes y eran, además, centros de reunión donde se dirimían los negocios y conflictos.