Hoy estaba en la ducha. Una columna de ducha con la que los fabricantes quieren extender el derecho a ducha lujosa para la clase media media media.
Nos costó 100 pavos en el Leroy Merlín. Tiene chorritos que te dan en las ingles, las rodillas, los pubis (si tienes más de uno) o las axilas. Después, arriba, cuenta con una alcachofa que pulveriza el agua con lo que tienes la sensación de que estás en mitad de una niebla caliente, en lo alto de una montaña. Nunca había tenido una ducha así. El primer día que la probé mis lágrimas se mezclaron con el agua. La emoción me embargó. Érase una vez un objeto llamado «emoción» con vida propia, como algo externo a uno, con voluntad. Algo que yo no controlaba. Esa emoción me embargó o me secuestró. Después me depositó en mi cama. Todavía estaba mojado y aún recordaba el momento en la ducha. Y eso que aún no tengo mampara.
La columna de la ducha ha hecho ¡crack! con un bocadillo de comic y el agua de la alcachofa de agua pulverizada ha dejado de funcionar. Toda una religión al carajo por comprarla en el Leroy Merlín. Abelino tendrá que venir a repararla. Un día os hablaré de Abelino, una revisitación del mito de Job poniendo apliques de aseos.