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Estadísticamente, la décima mayor causa de estrés es meterse en obras. Empiezas queriendo cambiar el plato de la ducha y acabas demoliendo todos los tabiques de la casa, algunos por voluntad propia y el resto porque la cuadrilla de destroyers que has contratado no te entienden y se los cargan por equivocación. Las obras son ruidosas, caras, sueltan un polvazo que no hay plumero mágico que lo aguante y generalmente te enemistan con el resto de los vecinos que sólo son tolerantes con las obras cuando son suyas.

Eso mismo es lo que le está pasando a la ministra de Fomento: que Zapatero la nombró para el cargo sin tener en cuenta que las obras le ponen de los nervios. No es para menos. Si el día en que hemos invitado a nuestra cuñada a que vea cómo nos ha quedado el baño, nos encontramos con que en vez de la taza del water nos han colocado un butacón de orejas, seguro que nos agarramos un cabreo mayúsculo.

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