Nadar o no nadar

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Las olímpicas Gemma Mengual y Andrea Fuentes celebran su medalla de plata en Pekín enfundadas en sendos trajes de baño de lentejuelas.

Leo el mismo día en los periódicos varias notas sobre trajes de baño. Me resisto a llamarles ‘bañadores’, que como sabe cualquiera que haya veraneado en el Norte, eran unos señores fornidos que te llevaban hasta la orilla para salvarte de las decapitantes olas.

Bueno, por un lado, mientras las atletas de las olimpiadas se empelotan y posan sugerentes para una revista masculina alemana, con el consecuente lucro y menor escándalo, (los deportes han dejado de ser asexuados hace años), en las playas de Saint Tropez, que está llenísimo de estrellas, cada vez se ven menos ‘top less’.

Vuelve, para los famosos, el traje de baño entero, retro, en al- godones y lycra, con vainicas y entredoses, cuadritos Vichy en el más puro estilo Bardot, pero esta vez con un indudable aroma conservador. No se trata, claro, de ponerse la faja enteriza, ni las prehistóricas ‘cazuelas’ de antaño, pero… ¡Ay!, todo se andará. Lo malo de la moda es que siempre cruza la calle sin mirar y cualquier día le puede atropellar una horda de seguidores del Ku Kux Klan, mientras ella alegremente se deja querer por todas las ideologías.

Pero calma. Moda, deporte, exhibicionismo o conservadurismo son cosas que quedarán al margen cuando se ponga en marcha la siguiente revolución de la antimateria y los anticuerpos: la industria de lo invisible. Los materiales que sirven para hacernos invisibles ya están en marcha, como acabamos de saber.

Los ejércitos están interesados en estas capas mágicas, pero lo malo es que no servirán ya para jugar, como tampoco servirán los cuerpos para ser mirados. A mí se me ponen los pelos de punta, incluso bajo el agua y con uno de esos trajes de baño LZR Racer que están haciendo batir nuevas marcas a los olímpicos, cuando pienso en esta opaca y ascética era de ¿transparencia o invisibilidad?