AQUÁTICA. Licuándome.

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Mirada

De inmediato, tuve la sensación de conocerle desde mucho tiempo atrás. Quiero decir que la energía que desprendía me resultaba vagamente familiar. Sostuve su mirada; me sentía como narcotizada. Como tirando de un hilo invisible que nos uniera, Mario recorrió en línea recta la distancia que nos separaba. La masa humana parecía abrirse, como las aguas bíblicas.
En fin, así es como yo lo percibí, y no descarto haberme pasado un pelín con las bebidas espirituosas -¿era por eso que las llamaban así, “espirituosas”? ¿Por qué le hacían a una captar cosas invisibles?-. Recuerdo que comenzamos a hablar y que resultaba sorprendentemente cómodo, como si estuviéramos retomando una amistad interrumpida. Ya no nos volvimos a separar. Hasta hoy, siete años después, con mi desaparición.
El tirón que experimenta la Zodiac al llegar junto al casco del patrullero me saca de mi ensimismamiento. Miro hacia arriba y veo a Mario, tan distinto a como lo recuerdo. No es por sus sienes, que platean; ni siquiera por esa barriguilla incipiente. Son sus ojos, que se apagan, que se consumen. Me levanto para subir por la escala, y las piernas se me deshacen. Son de agua.