Estamos hartos de oírlo: la ducha es más saludable, más práctica y además más ecológica. Especialmente a partir de cierta edad, la bañera puede convertirse en nuestro peor enemigo. Dejando de lado lo peligroso que resulta el potencial riesgo de resbalones y caídas en una bañera húmeda con el cuerpo jabonoso, el propio hábito del baño le hace un flaco favor al organismo.
La ducha mantiene nuestro corazón en plena forma, ya que estimula la circulación sanguínea, sobre todo si alternamos agua caliente con agua fría. La musculatura también resulta tonificada, y nuestro sistema nervioso, también. Ducharse hace que nuestro cuerpo segregue endorfinas, «la hormona de la felicidad», contribuyendo así a nuestro bienestar emocional.
Y si lo que queremos es relajarnos, evitemos un baño que hará que nuestra tensión sanguínea caiga por los suelos y perjudicará nuestra circulación. Unos minutos bajo una ducha caliente tienen el mismo efecto relajante. ¿Aún te lo estás pensando? ¡Pásate a la ducha ya!