¿Baño nuevo? ¡Porque yo lo valgo!
Soy lo que todos llaman «un buen chico», el yerno que toda madre quisiera tener. Voy de casa al trabajo y del trabajo a casa. No tengo grandes gastos ni grandes vicios. Soy prudente, ahorrativo y sencillo. Yo podría dar miles de razones objetivas por las que cambiar la bañera por un plato de ducha es una buena decisión. Pero la realidad es esta: voy a estrenar baño nuevo porque me lo he ganado.
Mi pequeña e inofensiva revolución consiste en esto: estoy harto de ducharme en la bañera -¡¿por qué?!-, cansado de ese pedazo de «muerto» que ocupa más de la mitad de mi pequeño cuarto de baño. Y además no puedo soportar ni un solo día más el horrible alicatado al más puro estilo «ye-yé» que adorna las paredes del baño, del techo al suelo, haciendo el espacio aún más opresivo.
Soñaba con un cuarto de baño diáfano, blanco, vacío, zen. Estuve contrastando empresas, y al final me decanté. En una sola jornada de trabajo, se llevaron la horrible bañera para siempre, me cambiaron los azulejos otros que yo elegí y me pusieron un plato de ducha amplio y antideslizante (¡no más resbalones!). Ahora me siento mucho mejor. No soy un rebelde, pero cuando me pongo, me pongo.
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