Es por la mañana, entro en mi cuarto de baño diminuto. Cierro la puerta para poder entrar en la bañera. Enoorme bañera, ocupando un espacio precioso en mi -¿lo he dicho ya?- cuarto de baño enano. Utilizo toda la voluntad de la que es capaz mi cerebro soñoliento para ordenar a mi pierna que se eleve a las alturas. Para poder entrar en la altísima bañera. A estas horas, ejercicio innecesario.
Por fin entro y me doy una ducha lo más rápido posible, ojo avizor y sin bajar la guardia por si me resbalo en la maldita bañera. Así todas las mañanas. Hasta hoy. Me van a cambiar la bañera por un plato de ducha. En el mismo día: cuando vuelva a casa esta noche, desde el trabajo, tendré lista mi nueva ducha. Espaciosa, antideslizante, sin escalón de acceso.
Y además me sobra sitio para un armarito bien cuco. ¡Ducha nueva, I love U!!