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Phelps rebasa los límites humanos; se viste de esa inmortalidad en la que todo lo que toca se vuelve oro

Michael Phelps en el último recorrido, en el pasillo a la inmortalidad, en el corredor con rumbo a la octava medalla de oro, nadando con el estilo mariposa, pero surcando las aguas legendarias ya del Cubo de Agua, como implacable mantarraya.

El Rey Midas de los Juegos Olímpicos. De los de Beijing 2008. Y también de todos los habidos y por haber.
Michael Phelps ha demostrado que todo lo que toca es capaz de convertirlo en oro macizo, duro, incorruptible, eterno, inmortal.
Ayer terminó su travesía.Lo hizo ganando en equipo los 4×100 en relevos.No sólo es su octava presea de oro, sino que además cinceló un nuevo récord mundial.La historia olímpica tendrá que reeditar un tomo nuevo, una enciclopedia distinta.
¿Mark Spitz? Él y sus siete medallas, como pasa siempre, tristemente, pasarán a ser el ornato que engrandezca la Iliada y la Odisea de Michael Phelps.
Sin Spitz no habría sido posible el realce de la hazaña de Phelps.
Y sin Phelps, Spitz seguiría dormido, aburguesadamente, en el nicho de los intocables.
Los dos salen ganadores. El futuro no mata al pasado, aunque el pasado no sobreviva al futuro. Phelps y Spitz. Juntos, pero separados, para siempre, hasta siempre.
El legado de Phelps obliga a editar un legajo épico sobre sus epopeyas en el Cubo de Agua de Beijing, su casa, su trono, su estanque, su océanos, su olimpo propio.
Antes de y después de, tendrán que comenzar los relatores, una nueva historia de los Juegos Olímpicos, porque Michael Phelps rebasó el modelo del ser humano perfeccionándose como atleta, para que al final, también, el atleta se perfeccione como ser humano.
La mañana del domingo en Beijing, la noche en Estados Unidos, la cuna del tritón de oro, las respiraciones, el tráfico, el mundo, se detuvieron unos instantes.
De hecho fueron tres eternidades de minutos, 29 eternidades de segundos y 34 eternidades de centésimas. Tan breve y tan perdurable.
Las hazañas de los humanos que dejan de ser humanos son el anhelo constante de la humanidad.
Por eso Phelps, esta vez, dejó de ser estadounidense para convertirse en propiedad de la admiración universal.