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Posiblemente el cuarto de baño y el asiento del Metro sean los lugares donde más se difunde la cultura, muy por encima de colegios, bibliotecas o incluso librerías. Tanto el momento como el lugar son los más apropiados para ello, al desarrollarse en ellos actividades básicamente pasivas y en las que el individuo poco o nada puede aportar, salvo dejando trabajar en un caso a la Naturaleza y en el otro a la empresa municipal de transportes correspondiente. Dado que en España sólo existe Metro en contadísimas localidades, habrá que asumir que en el conjunto del país es el excusado el sitio preferente para el enriquecimiento intelectual de la persona.
Hay quien dice que eso de leer en el baño está mal visto, que queda poco elegante dejar periódicos o revistas en el aseo y otras barbaridades por el estilo. Sobre quien tales cosas afirma podríamos decir sin miedo a equivocarnos que, o bien no ha leído en su vida (más allá de “Mi Primera Cartilla” y porque era obligatorio), o bien ha alcanzado ese punto de esnobismo por el cuál es incapaz de reconocer que por sus intestinos sale lo mismo que por los de los demás; en cualquier caso, un sinsustancia. Pues no hay ocupación más serena ni más productiva que el hecho de sustituir el elemento material que devolvemos a mamá Natura por otro de tipo intelectual, etéreo si se prefiere, que nos enriquece mucho más aunque luego pueda ser causante… de otro tipo de diarreas. La lectura en el baño, junto con sacarse las pelusillas del ombligo y gritar “¡Gol!” a pleno pulmón aunque no nos guste el fútbol, es una de esas tareas que producen una satisfacción tan honda que es imposible de describir en estas breves líneas…….

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