«En 40 años habrá un apocalipsis hídrico si no consideramos el acceso al agua potable un derecho humano y comenzamos a protegerlo». El italiano Ricardo Petrella, presidente del Contrato Mundial del Agua, una organización no lucrativa de ámbito internacional, está convencido de que llegaremos al colapso si este recurso no comienza a entenderse como un bien de la Humanidad.
Petrella es uno de los participantes en el Foro de las Ciudades que, bajo el lema ‘La hora de África’, se celebra estos días en el municipio madrileño de Fuenlabrada. Hasta allí han acudido personalidades como el premio Nobel de Economía Eric S. Maskin, el director del Fondo de Población para África de Naciones Unidas (UNFPA), Bunmi Makinwa o el escritor nigeriano Ben Okri.
Los informes elaborados por el Contrato Mundial del Agua estiman que serían necesarios 180.000 millones de dólares al año durante una década para que todo el mundo tenga acceso al agua potable. «La economía mundial se gasta 1.117 millones en guerras anualmente, así que con un año de paz bastaría para tener recursos suficientes», asegura Petrella.
Para este economista, profesor en la Universidad de Lovaina (Bélgica), se ha desaprovechado una oportunidad en el Foro Mundial del Agua, celebrado en Estambul, cita a la que acudieron 128 ministros de Medio Ambiente y 20 jefes de Estado. «Los responsables políticos no quieren que el acceso al agua sea un derecho humano, aunque 1.500 millones de personas no tengan ese acceso, básico para la vida», denuncia en una entrevista con elmundo.es.
«Hay que revisar el principio de soberanía sobre el agua, no es propiedad de unos países, sino que la seguridad hídrica es de todos los pueblos de una cuenca. No se trata de un recurso natural a explotar para sacar el máximo beneficio al mínimo coste, que es la concepción mercantilista actual. Se trata de que cada gota de agua es vida y no se puede despilfarrar», afirma.
De seguir así, augura que en 2040, el 60% de la humanidad, unos 5.000 millones de personas, no tendrá acceso a agua dulce y limpia. «Sólo los ricos, que dispondrán de desaladoras, podrán disponer de ellas, mientras que ahora el 30% la estamos tirando a las cloacas, y del 70% que se utiliza en irrigación, un 40% se evapora. Como no se respeta como bien común mundial, se contaminan los ríos, se desecan cuencas y se construyen embalses», señala Petrella.